Tomando los preceptos y cosiendo el rakusu

por Josho Pat Phelan

De acuerdo con el maestro Ch’an Sheng-yen, un dicho común en el budismo mahayana es “Tomar los votos para romperlos es el camino del bodhisattva.. No tener votos que romper es un camino no budista”. También he oído un razonamiento similar expresado de la siguiente forma: “es mejor tomar los preceptos y quebrantarlos, que no haberlos tomado nunca”. Por supuesto, el punto aquí no radica en que se rompan los preceptos, sino que se reciban y se mantengan. En el lapso que transcurre entre la producción de la aspiración para recibir los preceptos y la maduración de nuestra práctica con la consecuente realización de nuestros votos, podemos emplear los preceptos para apoyarnos y clarificar nuestra práctica.

El trabajar con los preceptos puede compararse con un bebé que está aprendiendo a caminar. El bebé da un paso y se cae, da otro par de pasos y pierde el balance. Lentamente, como resultado de varios intentos y repeticiones el bebé aprende a mantener el movimiento de caminar cada vez por mayor tiempo, hasta que eventualmente, no solo puede caminar, sino que también puede correr y bailar.

Muchas personas están cosiendo sus rakusus, en preparación para recibir los preceptos en la ceremonia denominada Jukai. Me gustaría hablar acerca del proceso de recibir los preceptos.

La ceremonia Jukai también se conoce como la Iniciación del Bodhisattva o la ordenación lega. La palabra Jukai en japonés, se escribe con dos caracteres, el segundo carácter es kai, que se refiere a los preceptos y el primer carácter ju significa “dar” y “recibir”. De este modo Jukai es la ceremonia de dar y recibir los preceptos.

En el Zen usamos los 16 preceptos del bodhisattva, que se emplean para las ceremonias de ordenación legas y de sacerdocio. Estos mismos preceptos también se imparten en las bodas y en las ceremonias funerarias, que son otro tipo de ceremonias de preceptos o de ordenación.

Me gustaría hablar acerca de como usamos los 16 preceptos. Los preceptos son el resultado de un desarrollo de cerca de 2500 años, ya que desde los tiempos del Buda Shakyamuni, han servido de guías para ayudar a la gente a practicar y vivir juntos en armonía. La intención con que fueron diseñados, se concentra en la práctica en relación con otras personas. No son de mucha utilidad si uno vive en aislamiento, como un ermitaño. Así los preceptos están orientados principalmente a ser practicados dentro de una sangha.

Los preceptos varían de un país a otro y entre diferentes culturas, según cambian las circunstancias. En algunas sectas budistas existen hasta 358 preceptos (Las reglas patimoksha), algunos de los cuales sirven como lineamientos detallados para la vida monástica, que describen la forma en que uno debe quitarse los zapatos antes de entrar al Zendo, asegurándose de que los pies y la vestimenta están limpios.

Las mujeres que han recibido una ordenación completa reciben 50 reglas adicionales a los preceptos de los hombres. Pero cuando empezó a enseñar el Buda Shakyamuni y se le empezaron a acercar otros simpatizantes en su práctica, no habían preceptos. Los preceptos fueron creados individualmente, según surgían las situaciones que ponían en peligro a los monjes y monjas, o según iban surgiendo casos contraproducentes para la práctica.

En los tiempos en que el Buda enseñaba, se desarrollaron 250 preceptos, que fueron denominados vinaya. La palabra vinaya quiere decir reglas de una orden religiosa, o reglas de acciones para disciplinar la mente. En su lecho de muerte, el Buda le dijo a Ananda, “Después de mi nirvana, si la sangha solicita la anulación de algunas reglas del pequeño vinaya, el Tathagata te autoriza a hacerlo, en forma serial.” Ananda era el primo hermano de Buda y había sido su asistente personal por muchos años. El tenía una reputación de poseer una excelente y clara memoria. La legenda dice que tenía la capacidad de recordar todos y cada uno de los sermones del Buda, tal como este los había pronunciado y que después de la muerte del Buda, Ananda repitió esos sermones hasta que los demás también los aprendieron.

Los sutras tradicionalmente empiezan con la frase “Esto he escuchado ..” aquí la primera persona se refiere a Ananda, que repetía los sermones que el Buda había pronunciado. Estas enseñanzas permanecieron en su forma oral hasta que se consignaron por escrito aproximadamente 200 años después de que fueron emitidos. Tres meses después de la muerte del Buda, también conocida como el Paranirvana, se organizó una reunión de monjes, que se llamó el Primer Concilio de la Orden. Y Ananda reportó entonces al Concilio que el Buda había dicho que se podían eliminar si era necesario algunas partes del pequeño vinaya. Los miembros preguntaron entonces que cuáles partes del vinaya debían ser consideradas como el pequeño vinaya, y Ananda contestó que cuando el Buda le dijo eso, el estaba tan sorprendido de que se pudiera descartar parte del vinaya, que olvidó preguntarle.

Después de eso, siguieron muchos argumentos y discusiones sobre cuales constituían las reglas mayores y cuales eran las menores del vinaya. En esa época Mahakasyapa, el viejo Arhat, que en el Zen es considerado como el sucesor del Buda, sugirió que el vinaya se considerara como reglas disciplinarias para ayudar a los monjes a protegerse de los acciones poco saludables y sugirió que no se descartara ninguna de ellas.  Así ocurrió por los siguientes 100 años hasta que en el año 443 a. c. se organizó el Segundo Concilio. En esa ocasión hubo un desacuerdo entre dos facciones sobre el punto de que 10 reglas menores debían o no nulificarse. Esa discusión originó que tiempo después hubiera una ruptura. Eventualmente un grupo se convirtió en el grupo predominante en el norte de India, constituyéndose en el grupo Mahayana, el gran vehículo, que emplea el sánscrito como su lenguaje textual, mientras que el otro grupo, dominó en el sur de la India, empleando el pali para la escritura de los textos, este último fue llamado Hinayana, o el vehículo menor, por sus adversarios. La escuela del sur sobrevive en nuestros tiempos y se le denomina de manera más cortés, como la escuela Theravada, o de los viejos.

Saltando mil años después, el budismo ingresó a Japón, cerca del siglo VI y para el siglo VIII ya estaba lo suficientemente establecido como para contar con grandes monasterios. Saicho fue un importante abad de un gran monasterio budista  de la escuela Tendai  del siglo VIII y se le reconoce como la cabeza de ese movimiento en el Japón de su época.  Saicho se encargó de solicitar permiso al emperador japonés, para ordenar a los monjes usando solamente los 16 preceptos del bodhisattva, en sustitución de los 227 preceptos Patimoksha que eran empleados ordinariamente.

No recuerdo la razón por la que Saicho quería reducir su número, pero es claro que debía ser difícil apegarse a ellos en una cultura y clima como los de Japón. Realmente, algunos de los preceptos originales, habían sido modificados en China con anterioridad a su exportación a Japón. Por ejemplo, los preceptos tradicionales limitan las posesiones de los monjes a tres hábitos, un tazón y dos agujas. En Japón, donde el clima es muy caluroso y húmedo en el verano y frío y nevoso durante el invierno, especialmente en las montañas, se añadieron otros elementos a usarse debajo de la okesa, o hábito tradicional de ordenación.

Otros preceptos Patimoksha prohibían el trabajo, no obstante, los monjes Zen de China y Japón trabajaban en la cocina, en el campo y cultivaban comida en los huertos y jardines, cosa que hizo que los monasterios fueran en cierta medida autosuficientes y menos dependientes de donaciones de los legos y del gobierno. Este fue un factor de sobrevivencia del Zen durante la persecución del budismo en China, durante los siglos XI y XII. En el Budismo Zen, el trabajo no solamente era permitido para los monjes, sino que era visto como un vehículo para la práctica y como uno de sus elementos característicos.

Después de haber solicitado por muchos años ese permiso, Saicho falleció y el Emperador autorizó en forma póstuma que los monjes ordenados solo recibieran los 16 preceptos, tal como lo había pedido Saicho. Con el tiempo los 16 preceptos del bodhisattva empezaron a ser usados para ordenar a los monjes, prácticamente por todas las sectas budistas japonesas. Japón es el único país asiático donde los clérigos ordenados budistas solo reciben los 16 preceptos.

Con la apertura de los puertos japoneses en 1868 a los barcos extranjeros, el gobierno japonés montó una campaña para establecer una religión estatal para desalentar el ingreso de religiones extranjeras a su cultura. Y la religión nativa Shintoista fue preferida al budismo. Como resultado de esa situación se minó la autoridad de los monjes budistas y el estado permitió y aún más propició que los monjes contrajeran matrimonio. Por esa circunstancia histórica en el Japón actual, la mayoría de los clérigos budistas tienden a ser sacerdotes que viven como padres de familia, cuidan sus templos donde la gente lega practica, en vez de ser monjes célibes. Esta es parte de la historia cultural de los preceptos que tomamos.

Una de las enseñanzas fundamentales del budismo es la ley de la causa y el efecto, o de la acción y el resultado de la acción. La palabra karma quiere decir “acción volitiva” y se realiza a través de nuestro cuerpo, nuestras palabras y pensamientos. La ley de la causalidad establece que las acciones saludables tarde o temprano fructificarán en resultados o efectos positivos y que las acciones no saludables fructificarán como resultados negativos, esto es, que básicamente cosecharás lo que siembres. Los efectos de esas acciones pueden ser experienciados en el siguiente instante, horas o años después, o en una vida futura. Nuestra situación presente es el resultado de nuestras acciones pasadas, en cada momento, la actividad que elegimos está determinada o contribuye a las condiciones de lo que experienciaremos en el futuro.

La idea occidental del bien y del mal realmente no se aplica aquí. El budismo enseña que o bien actuamos a partir de discernir la verdad de la causa y el efecto, o de la verdad de la interconexión de las cosas, o actuamos a partir de la ignorancia de esas verdades. Una vez que nos damos cuenta de la relación entre las causas y sus efectos  y de la verdadera interrelación entre todas las cosas, actuamos a partir del discernimiento o de la sabiduría. Desde la perspectiva del Zen, no necesitamos tratar de cambiar nuestra conducta, sino más bien necesitamos poner nuestra atención en nuestras acciones y los efectos que éstas generan sobre nosotros y sobre los demás. Cuando realmente comprendemos, o realmente nos percatamos de los efectos negativos de nuestras acciones poco saludables, dejamos de producirlas. De este modo el énfasis de nuestro esfuerzo con los preceptos radica en el campo de la atención. Generalmente, la actividad mental genera el resultado kármico más débil, mientras que las palabras producen resultados más fuertes y las acciones físicas tienen los efectos más contundentes, tanto para nosotros como para los demás.

Por ejemplo, podemos generar un pensamiento poco saludable y abandonarlo sin que este tenga mucho efecto. Pero si hacemos de esto un hábito, es decir, si generamos pensamientos enraizados en la avaricia, el odio y la ignorancia, esto va a reforzar la idea del yo, como una entidad separada y si fortalecemos esa actividad mediante la repetición, esto se puede convertir en una especie de marco de referencia para el resto de nuestras acciones. Nuestros pensamientos tienden a ser más sutiles y elusivos que nuestra actividad verbal y física, y tienden a ocurrir con mucha mayor rapidez. Las acciones verbales y físicas siempre son precedidas por un pensamiento o por un impulso mental. En la práctica, se hace mucho énfasis en ser conscientes de nuestra actividad mentalCpensamientos y emociones, de nuestros impulsos e intenciones  y de los residuos de las ensoñaciones en que nos involucramos cuando no estamos comprometidos con lo que hacemos. Cuando disminuimos la velocidad y ponemos atención a los detalles, empezamos a adquirir un sentido de la forma en que nuestras intenciones e impulsos nos empujan a la actividad verbal y física.

Las enseñanzas tradicionales budistas describen tres áreas de práctica: la moralidad, la concentración meditativa y la sabiduría. Y con frecuencia se considera que se cultivan en ese orden. Practicar la moralidad o el comportamiento correcto, significa mantener los preceptos al abandonar la actividad poco saludable y promover la actividad saludable. Esto se considera como una preparación para las prácticas meditativas, debido a que el comportamiento poco saludable produce agitación y estados de inquietud mental, que dificultan el que estemos lo suficientemente calmados para sentarnos en quietud, mientras que la conducta saludable favorece la concentración. El punto de vista tradicional consiste en que una vez que nuestra conducta es lo suficientemente saludable y que estamos suficientemente calmados, entonces podemos meditar, lo cual desarrolla la concentración. Una vez que desarrollamos un cierto nivel de concentración, seguirán la sabiduría y el discernimiento, discernimiento de la forma en que las enseñanzas budistas o verdades se manifiestan en nuestra propia experiencia. Esta aproximación sistemática tiende a ser empleada en el budismo inicial. En el Zen no separamos las tres áreas  secuencialmente, sino que trabajamos con ellas de una manera integral.

Por ejemplo, las instrucciones que usamos para el Zazen, no se refieren directamente a los preceptos, debido a que cuando nos sentamos al Zazen, en la mayoría de los casos, estamos manteniendo los preceptos. Cuando nos sentamos en silencio, permitimos que nuestro cuerpo se sosiegue y que la mente se asiente, es decir, nos ajustamos a los preceptos. Visto de esta forma, practicar zazen es una forma de practicar con los preceptos y el mantenerlos nos permite experienciar la claridad de nuestro ser, cuando no estamos dirigidos por nuestro condicionamiento y por nuestra energía habitual.

El primer paso para trabajar con los preceptos consiste en estar alerta de nuestra actividad física, verbal, mental y emocional. Y cuales de sus características nos producen un sentido de bienestar o de intranquilidad.

La esencia de los preceptos radica en no dañar, y la capacidad de sentarnos quietos, en primer lugar, implica un cierto nivel de abstenernos de producir daño.

De manera que practicar los preceptos nos ayuda a calmarnos lo suficiente para ser capaces de meditar.  La práctica de la meditación mantiene los preceptos. La meditación y los preceptos juntos, ayudan a desarrollar el discernimiento (¡Quizás el discernimiento para darnos cuenta de que necesitamos meditar mas!).

En este linaje, antes de que recibimos los preceptos en una ceremonia de ordenación, primero cosemos un rakusu, que es una pieza pequeña de tela parchada, que se usa alrededor del cuello. Tratamos al rakusu como el hábito de Buda.

El rakusu llega a nosotros a partir de una tradición basada en la forma en que Shakyamuni Buda confeccionó su hábito. El reunió trapos que halló en las calles y en los terrenos de los sepulcros, los lavó los tiñó de un color azafrán y los unió cosiéndolos para confeccionar su hábito.

La okesa es el hábito de ordenación grande, usado por los sacerdotes, y el rakusu, es una versión más pequeña del mismo, que viene de la misma tradición. La disposición de los parches se basa en el patrón de los campos de arroz que el Buda observó al mirar de pie sobre una colina frente a los arrozales. 

Para hacer un rakusu, empezamos con una pieza grande de tela oscura que medimos cuidadosamente y que cortamos en piezas pequeñas, algunas de las cuales tienen tan solo 2.5 cm. por lado. Luego se sujetan esas piezas con alfileres y se vuelven a unir. Al hacer esto, la mayoría de nosotros rápidamente nos percatamos de lo frustrante que puede ser tratar de poner juntas las tiras individuales, paralelas unas a las otras y tratar de que las esquinas formen un cuadrado, especialmente en las piezas más pequeñas.

Una de las enseñanzas en Zen es que “Todas las cosas son mente”. Nunca he experienciado esta afirmación tan vívidamente como cuando cosí mi primer rakusu. En cierto momento me di cuenta de que lo que estaba frente a mí no era solamente una aguja, un hilo y unas piezas de tela, sino mi estado mental. Mi estado mental estaba allí, frente a frente. Mi esfuerzo, mi intención y concentración; mi impaciencia, mi frustración y mi inquietud, mi deseo de terminar con eso de una vez, estaban directamente frente a mí. Era como si todas las subidas y bajadas, todas las configuraciones de mi mente me estuvieran echando un vistazo.

De modo que cuando cosemos un rakusu, no solamente terminamos con haber hecho un rakusu, sino que la mayoría de nosotros obtenemos una experiencia tangible de nuestro estado mental. Luego usamos nuestro rakusu sobre el pecho y todos pueden apreciar nuestro estado mental de haber cosido el rakusu.

Una de las instrucciones para coser el rakusu, es decir en silencio la gatha de tomar refugio, cada vez que damos una puntada. Cada vez que daba una puntada decía “Tomo refugio en el Buda”, luego a la siguiente puntada decía “tomo refugio en el Dharma” y a la siguiente decía “Tomo refugio en la sangha”. Este procedimiento se repite una y otra vez conforme se cose. Al hacer esto se llevan los refugios a la respiración, y la respiración se lleva al coser. Esta manera de coser,  sentados en calma, tratando de llevar la atención completa a cada puntada y cantar, produce un estado de concentración. El coser de esta forma es en sí una práctica de meditación que unifica el cuerpo, con la respiración y con la mente. A través del coser y el cantar, corporizamos los refugios, traemos la enseñanza del Buda a nuestros cuerpos. Considero que esta es la primera iniciación.

Una vez terminado el rakusu, se le entrega al preceptor o la persona que nos ordenará. Durante la ceremonia de la ordenación, se nos da un nuevo nombre. Este nombre está escrito en la parte trasera del rakusu, que se nos entrega durante la ceremonia. Así a pesar de que nosotros cosimos el rakusu, en estricto sentido no es nuestro hasta que el maestro nos lo entrega. Esto también se aplica si cosemos un segundo o un tercer rakusu, o si alguien lo cose para nosotros.

En el linaje al que pertenezco, se acostumbra que cuando uno cose su rakusu, uno no se lo pone de inmediato y lo empieza a usar, sino que uno se lo da a un maestro para que se lo entregue. Este proceso reconoce nuestra interconexión, la importancia de tener un maestro, un grupo y un maestro con quienes practicar. No es nuestro estilo que cada quién salga por su cuenta a iluminarse; nosotros practicamos con todos los seres, para el beneficio de todos los seres.

(Traducido por Rocio Hernández Pozo, En Hernández-Pozo (2002) Sutras, textos y recitaciones tradicionales Zen: Una lectura psicológica. Serie: Budismo y Psicología. México: Asociación Mexicana de Comportamiento y Salud.)

© Translation copyright Rocio Hernández Pozo, 2002

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